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miércoles, 24 de noviembre de 2010

Historias de la argentina beatle

El ex bajista de The Beatles volverá a tocar en Buenos Aires 17 años después de su primera visita. Casi cien mil entradas se agotaron en pocos días, a pesar de que los precios no fueron muy «populares». Hace pocas semanas, en la misma ciudad, una subasta de objetos relacionados con el cuarteto de Liverpool, logró triplicar varias veces los precios de base y recaudó cerca de 500 mil dólares. El catálogo completo de su discografía remasterizada -lanzado al mercado argentino en septiembre del año pasado- se convirtió en el mayor suceso discográfico de los últimos veinte años. A 46 años de la aparición en nuestro país de sus primeras canciones, el tiempo ha pasado pero los Beatles permanecen. Y la deuda argentina con los muchachos británicos parece no estar del todo pagada.

Del Editor de TDM
(Publicado en Tierra de Maravillas. Nº 41 / Noviembre 2010)

UNO. Había una vez, o quizá dos, una película llamada El submarino amarillo en la que se relataban las aventuras de cuatro dibujitos animados de ojos saltones conocidos como los Beatles. Para salvar un bondadoso paraíso, Pepperland, esos Beatles atravesaban mares del tiempo, mares de agujeros, mares de sueños cruzados por fantásticas bestias. Llegaban a Pepperland y derrotaban a los malos de una manera simple y práctica. Los aniquilaban con la música que tocaban negligentes pese a lo maravillosa. Su arma mortal era una canción: Todo lo que necesitas es amor. Casi sobre el final de la epopeya, el horrible líder de los malos –los bluemeanies–, abrumado por el fracaso, sollozaba y pataleaba y –mirando a su mariscal de campo– decía:
            - Se acabó nuestro mundo triste, Max. ¿Dónde podemos ir?
            Y el asistente sugería:
            - ¿Argentina?

            En la Argentina, en las salas de cine, el chiste añadía una complicidad única a la sucesión de fantasías de colores optimistas, a ese arte impertinente que era capaz de planear sobre solitarios suburbios industriales para interrumpirlos con cuentos de hadas. Ingenuo y surreal, el pop art permitía todo tipo de visiones y ensueños. Y finalmente –como en cada ciudad donde la película se había estrenado– el público lagrimeaba cuando lo fantástico transmutaba en la imagen real de los Beatles sonriendo a cámara desde los cielos.
            En los cines de Buenos Aires, todos soñaban –literalmente– con que eran el quinto Beatle, uno de ellos, sonriente, talentoso y capaz de acabar con las estupideces del mundo. Por entonces no existía nada más duro que despertar y no ser un Beatle, ser Pérez. O García. Pero algo increíble sucedía. El contacto con los Beatles impulsaba a los Pérez y a los García a la idea desmesurada de vivir una vida de intensidades y asombros permanentes. Pérez creía que ya no sería nunca más Pérez y que salvaría al mundo. Y lo que le ocurría a Pérez en la Argentina, era exactamente lo que vivía un italiano, un paquistaní o un japonés

            DOS. En Buenos Aires, ciudad que respira tango, se sabe que ésta es la música popular por excelencia. Pero cuando en ciertos momentos, en la música popular del mundo ocurren cambios revolucionarios, casi ningún espíritu puede quedarse estático ante su estallido. Y si bien esta revolución sucedió en la década del ‘60, es acertado pensar que aún hoy vivimos bajo su influencia. Porque no sólo marcó a su generación sino que pateó el tablero y reformuló la música que vendría después de esos cuatro jóvenes británicos que supieron expandir su genio creativo en todo el mundo.
            El tango como género también fue una revolución y no sólo en el marco porteño o del Río de la Plata: en todo el mundo se respira el aroma del tango que ya no es considerado una expresión musical exótica, sino el idioma de un pueblo traducido en música y danza. Por eso es de esperarse que dos revoluciones se encuentren y entrelazándose entre sí generen un resultado atractivo y novedoso que el público aprecie como algo especial. Después de que Astor Piazzolla (¿un beatle en el tango?) haya reestructurado el orden del tango, las camadas que lo sucedieron ya no fueron tan distantes a otras músicas y se animaron y se animan a fusiones arriesgadas.
            Daniel García –exponente de la generación tanguera actual– es el nexo entre las dos revoluciones mencionadas. Trabajó con Mercedes Sosa, Pedro Aznar, Alejandro Lerner, Rubén Rada y León Gieco y luego de un extenso paso por el tango comenzó a mezclarlo con canciones de Los Beatles: el resultado es tan atractivo y sugerente que hasta los nombres de los temas se ven aporteñados. «Tangos de Liverpool» transporta a Buenos Aires el espíritu universal de Los Fabulosos Cuatro. Melodías de clásicos como Yesterday, While My Guitar Gently Weeps o Eleanor Rigby se ven impregnadas de contratiempos piazzolleanos y cadencias troileanas. Ha vendido muy bien y se lo ha bailado en los mejores salones porteños, esos que todavía albergan a los que gustan bailar con cortes y quebradas.
            Si no lo escuchó, lector, lectora, debería hacerlo.

            TRES. La fundación industrial de los Beatles tiene una fecha: 11 de septiembre de 1962, cuando grabaron su primer single, Love me do. Los argentinos, entre ellos Luis Alberto Spinetta, tuvieron ese disco en sus manos, más de un año después. «Nos poníamos a llorar abrazados al Winco», recordó alguna vez el Flaco. En la Argentina, todo lo Beatle –incluida la beatlemanía– llegó con ocho a quince meses de retraso. En aquella época las radios no eran tantas y a lo sumo dos –Excelsior y Mitre– pasaban música foránea y puede que Love me do se halla emitido recién en 1963. Cronológicamente, el primer single que llega a la Argentina traía las canciones «Para ti» / «Gracias nena» y data de ese año. De hecho, la beatlemanía no llegó al país con la democracia de Illia sino con la dictadura de Juan Carlos Onganía y sus ademanes de morsa.
            Los argentinos jóvenes festejaban a Palito Ortega y El Club del Clan cuando la beatlemanía pegaba el salto del Atlántico para invadir los Estados Unidos. En febrero de 1964 aquél país todavía vivía sumido en el desconcierto culposo del asesinato de Kennedy. Se necesitaba una excusa para volver a eso que tanto gusta en EE.UU. –el exceso– y la excusa fueron los Beatles.
            «A los Beatles los conocí escuchándolos y así surgieron en mí muchas cosas. Traumas por ejemplo. Por aquellos años, tener el pelo ondulado era no poder levantarte nunca una mina, al menos no la que vos quisieras. Claro que podías plancharte el pelo, pero en mi barrio –Barracas–, plancharte el pelo se traducía como puto. Los Beatles son mi primer jean, los primeros besos, la primera tocadita, las primeras locuras», dijo en una entrevista el actor Juan Leyrado. Y agregaba: «Uno de mis grandes dolores de juventud fue cuando anunciaron que venían y llegaron cuatro hijos de mil putas que aparecieron en la tele y que se llamaban los BEETLES. Así, con doble e».
            Fue traumático, de psicólogo. La idea fue de un productor local y Alejandro Romay la compró enseguida, asegurándose la aparición de los falsos Beatles en el Canal 9. Muchos jóvenes fueron a Ezeiza pero en lugar de sus ídolos, aparecieron cuatro rubios melenudos –parecidos, sí– pero que no tenían nada que ver. Cuando comenzaron a cantar en el canal, el público no reconocía las canciones y los pobres tipos salvaron su vida por milagro. Esta presentación en TV del grupo (estadounidense, además) se conserva hoy en día y viéndola parece un milagro que quienes estaban en el estudio no hayan roto los decorados y linchado a los músicos.

CUATRO. Sólo hay algo que puede convencer a un oncólogo, un gerente de ventas, un diseñador gráfico y fotógrafo y un empleado de una empresa telefónica de emprender un proyecto en conjunto: el amor por los Beatles. Daniel Lewi, Ricardo Chilabert, Mario Sanmartino y Marcelo Ravelo son los autores de «A, B, C, D, Paul, John, George y Ringo», un libro que repasa con minuciosidad (en español y en inglés) las primeras ediciones de todos los discos de los Fab Four publicados en la Argentina. Es un trabajo con sabor a nostalgia, porque a más de uno se nos pianta un lagrimón cuando vemos las tapas de viejos vinilos olvidados, pero también tiene una precisión notable en cuanto a los datos. Se trata de una suerte de catálogo destinado fundamentalmente a los coleccionistas, pero de su lectura también se puede aprender sobre los tejes y manejes de las compañías discográficas durante los años ‘60.
            Cuando los datos empezaron a acumularse, la idea de armar un libro con imágenes y texto apareció enseguida, pero lo que terminó de decidirlos fue la salida del disco «1», que en 2000 agrupó todas las canciones de The Beatles que llegaron al tope de los charts. Los coleccionistas descubrieron que, entre las tapas de simples de la época que se reproducían en el librito, trece correspondían a ediciones argentinas.
            Cuentan que John Lennon se identificaba con Dylan Thomas, Oscar Wilde y Van Gogh. Cursó sus estudios secundarios en el Liverpool Art College y lo fascinaban tanto los pavoneos de Elvis como la surrealista imaginación de Lewis Carroll. El nombre del conjunto que fundó con Paul McCartney, tras sucesivos bautismos, fue producto de la misma sagacidad: combinar la palabra beetle (escarabajo) con el ritmo, el beat, que estaba de moda. Lástima que en la Argentina, en 1963, tanta creatividad pasó inadvertida. Y los primeros discos del conjunto que cambiaría la música fueron editados aquí con el nombre de Los Grillos.
            Más que literal, tal vez la traducción intentó ser atractiva. Por ahí, a la persona que tradujo le sonaba muy raro Los Escarabajos y pensó que no iba a vender. En cambio, Los Grillos sonaba simpático, ya que el grillo está muy identificado con la música: suele representárselo tocando un violín.
            «En agosto de 1963 Odeón Pops, rama juvenil del sello EMI, decidió editar el simple From me to you (Para ti), para probar su repercusión, con el nombre de Los Grillos», dice Daniel Lewi. «El simple no vendió mucho. Pero después del éxito del grupo en Inglaterra, en noviembre se incluyó «Para ti» en un compilado. Luego se editó un segundo sencillo. Así, ‘Amame’ (Love me do) y ‘Por favor, yo’ (Please, please me) fueron las últimas canciones de Los Grillos».
            Según Lewi, la compañía tardó un año en cambiar el nombre del grupo. Corren rumores de que la propia EMI inglesa presionó a la casa argentina. «Traducir el nombre de artistas nuevos era algo frecuente en aquella época –recuerda Lewi–. Little Richard era Ricardito  y The Who, Los Búhos. Ahora, aquellos simples se cotizan muy bien, ya que tuvieron tiradas iniciales de sólo 300 ejemplares».
            Pero el error con el nombre del grupo no fue la única barbaridad cometida por la Odeón argentina. Otro famoso error fue el nombre del primer álbum y además de una conocida canción: «Please please me», que fue traducida como «Por favor, yo», en vez del correcto «Por favor, compláceme». Muchas traducciones eran surrealistas porque, si bien se conocía el significado, se actuaba pensando en la radiodifusión. Por ejemplo, el simple «Paperback writer» significa escritor de novelas de bolsillo. Y lo dejaron en algo más sencillo: «Novelista». O «Guitarra vas a llorar», la criolla adaptación de «While my guitar gently weeps», que siempre me sonó mas a título de zamba de los Chalchaleros que a una canción de los Beatles.
            Para el libro, los autores hicieron una minuciosa investigación sobre los discos editados en nuestro país. Como curiosidad, Lewi destacó que en Argentina se publicó el único disco de pasta (78 RPM) con el simple «La vi parada ahí», una joya muy buscada por todos los coleccionistas del mundo.
            Daniel Lewi –jefe de oncología del Hospital Fernández– es el que tiene la colección más grande de los cuatro autores, aunque aclara que hay otros argentinos que han acumulado más items que él. Lo que sí tiene Lewi, entre otras cosas, son las primeras ediciones de toda la discografía beatle editada en casi todos los países del mundo.
            «Es un grado de patología importante...», dice el médico. «Lo charlé con una psicóloga amiga, que me dijo: ‘Mirá, peor es ser torturador...’. Cuando conocí a coleccionistas de todo el mundo, me di cuenta de que lo mío era muy chiquito. En Inglaterra vi cómo un japonés sacó 25 mil libras de una valija para pagar por un incunable».

            CINCO. Por si hacen falta pruebas de la capacidad de los Beatles de traspasar fronteras espaciales y temporales y de contagiar a una generación tras otra, la literatura hispana tiene una comunidad de escritores beatlemaníacos que el español Mario Cuenca Sandoval ha sacado a la luz en  «22 Escarabajos», un libro de cuentos en los que autores como el peruano Fernando Iwasaki y los argentinos Andrés Neuman, Leopoldo Marechal y Rodrigo Fresán comparten el universo de los Beatles.
            «Los Beatles son un mito porque han sido capaces de susurrar al oído de varias generaciones», asegura Cuenca Sandoval al hablar de un proyecto que revela «un género en sí mismo»: el de las narraciones inspiradas en el grupo de Liverpool. Las narraciones exploran el universo beatle desde los más diversos géneros –hay historias de ciencia ficción y de terror– y estilos literarios.
            Lennon monopoliza los relatos, una «omnipresencia» atribuida a que tras su asesinato el beatle se convirtió en un mártir de la cultura pop. George Harrison y Ringo Starr, en cambio, deben conformarse con inspirar un relato cada uno. Eso sí, el del baterista no es un cuento cualquiera, ya que se trata de «El beatle final», del argentino Leopoldo Marechal, a quien todos los autores consideran como el hombre que inauguró este subgénero de las narraciones inspiradas en los Beatles y que falleció en 1970, año en el que los cuatro músicos se separaron.

            SEIS. Las caras estaban dibujadas por Dante Quinterno. Pero al familiar contorno de los personajes de Patoruzú, les ha crecido el pelo en forma de flequillo. Son Los Beatles, claro, quienes están ahí y es el héroe argentino, quien tiene a su cargo recuperar a los «melenudos ingleses» de un... secuestro.
            Así, El secuestro de Los Beatles, se titulo el número 118 de «Las grandes andanzas de Patoruzú e Isidoro» que llegó a los quioscos el 27 de septiembre de 1966. Es una síntesis contundente del impacto de Los Beatles en la cultura argentina de la época.
            El desembarco cruzó en diagonal fenómenos como el boom del folclore, el Club del Clan, la cumbia de los Wawancó y un tango todavía fuerte aunque apenas recuperado de dos muertes simbólicas: los cantantes Julio Sosa y Susy Leiva. «Lo inmediatamente anterior que recuerdo es Atahualpa Yupanqui –dice la cantante de tangos Adriana Varela–. Cuando me atrevo a elegir, compro un disco de ellos. Me enfermé. Vivía alienada. Iba a un colegio de monjas y no podía hablarlo con nadie. Me hicieron creer que tenía que confesarme por escucharlos».
            Vale recordar que hasta la dictadura de Onganía, hubo un fuerte destape cultural y sexual en Argentina. El nuevo sujeto beatle (el melenudo), entonces, entró en colisión con el varón arquetípico del tango. «Para algunos de los más grandes en mi colegio, eran como maricones», vuelve a recordar Daniel Lewi. Quien esto escribe tiene en sus archivos una nota de 1965 titulada «Melenudos: ¿Matarlos o comprenderlos?».

            SIETE. Que un conjunto musical que sólo duró menos de una década, cuya producción no alcanzó la docena de álbumes mientras estuvieron juntos y dos de cuyos integrantes han muerto siga reclutando fans argentinos generación tras generación es un acontecimiento arduo de analizar.
            En 2002 una muestra sobre The Beatles ocupó por más de un mes las instalaciones de la Sociedad Rural. En 2010, los objetos que formaron parte de aquella muestra fueron subastados en la sede del Banco Ciudad de Buenos Aires. Tras varias horas de puja, la subasta –inédita en Argentina– que incluía desde un bajo firmado por Paul McCartney hasta un dibujo de John Lennon, recaudó unos 500 mil dólares y logró varias veces «triplicar» los precios de base. Un pequeño ejemplo: comenzó con la oferta de un póster de la banda británica a 100 pesos (25,1 dólares) que finalmente se comercializó en 900 pesos (226 dólares).
            Son pocos los argentinos de cierta veteranía que no comulgan con la afirmación de que Gardel cada día canta mejor. Pero cualquier prodigio técnico con sus grabaciones no constituye un acontecimiento masivo, ni siquiera aquí. En 2009, la aparición en el mercado argentino de la totalidad de la obra de los Beatles remasteriza-da provocó un fenómeno de ventas que en nuestro país no se daba hacía años. Y en los tiempos en que descargar este “Stereo Box Set” es más sencillo que caminar hasta un local, una cantidad importante de jóvenes fueron y lo compraron.
            Ahora, como en 1993, cien mil argentinos se aseguraron su presencia en los dos shows que Paul McCartney dará en River. Muchos de ellos, ni siquiera habían nacido cuando los Beatles se separaban.
            Tal vez, los malos Bluemeanies sí se instalaron en nuestro país allá por el ’68. Tal vez esa sea la razón para que la música de los Beatles se haya convertido en el refugio, en el cable a tierra, en la inspiración, en la melodía de fondo de la vida de miles y miles de argentinos que no se cansan de admirar a cuatro ingleses que crearon un mundo, una nueva manera de pensar. Y que cuando estaban en la cumbre, dijeron “chau, nos vamos”.
            Y se volvieron inmortales.

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