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martes, 5 de octubre de 2010

Obras maestras del error

LA BIOGRAFIA DE IBAÑEZ MENTA Y LA HISTORIA DE SUS OBRAS PERDIDAS

Del Editor de TDM
(Publicado en Tierra de Maravillas. Nº 38 / Julio 2010)

En el imaginario popular Narciso Ibáñez Menta estará por siempre ligado al terror. No por nada fue el actor de las primeras películas de ese género en el cine argentino, y también un pionero de nuestra TV, a la que le dio un nivel de audacia temática y calidad técnica que nunca antes había alcanzado y que para muchos nostálgicos nunca volvió a tener.
            Su carrera estuvo desde los inicios vinculada a lo bizarro. En 1942, su primera película, Una luz en la ventana, dirigida por Manuel Romero lo presentaba como un deforme científico loco acromegálico que intentaba transplantarse la hipófisis de la actriz Irma Córdoba para curar su enfermedad. Este extraño film no sólo es la primera película de terror argentino –así fue ampliamente publicitada– sino que probablemente también sea la primera película sobre acromegalia de cualquier nacionalidad, y es una pena que no circulen copias con buena calidad técnica, ya que los claroscuros de la fotografía son muy importantes: en ella Narciso se la pasaba susurrando desde las tinieblas para sólo dejar entrever sus monstruosos efectos especiales de maquillaje.
            La otra gran película de terror clásico nacional es una rara gema dirigida en los papeles por Enrique Carreras: Obras maestras del terror se adelantó a las adaptaciones de Edgar Alan Poe que hizo Roger Corman en los Estados Unidos. En este film en episodios de 1959 Narciso se hacía cargo de varias caracterizaciones, incluyendo el anciano avaro de El corazón delator, el sádico asesino de El tonel de amontillado y el hipnotizador de El extraño caso del señor Valdemar, decidido a demostrar que puede mantener vivo a un hombre luego de su muerte física. El hecho de que la calidad de este film supere la acostumbrada en la filmografía de Carreras quizá derive del trabajo previo y homónimo que Narciso ya había desarrollado en nuestra pantalla chica.
            Narciso Ibáñez Menta protagonizó diecisiete películas en el cine argentino (la legendaria La bestia debe morir, entre ellas), pero fue en la televisión donde terminó de forjar su figura única: actor, director, cerebro, voz y alma de hitos del terror como El hombre que volvió de la muerte y El pulpo negro. Hace pocos días, Editorial Corregidor dio a luz el libro «El artesano del miedo: Narciso Ibáñez Menta» y sus autores, Leandro D’Ambrosio y Gillespi, ponen el acento en los programas que Narciso realizó para la TV. Una especie de misión imposible, dado que la mayor parte de estos trabajos para la pantalla chica nacional están perdidos para siempre. El libro está lleno de historias en este sentido, algunas contadas por el mismo Ibáñez Menta, como la siguiente, fragmentada de un reportaje del 2001:
            «Yo tenía un acuerdo con canal 9 sobre las ventas a otros países de El fantasma de la Opera. Yo recibía un porcentaje, y se había vendido a Chile, a Uruguay, Perú y algunos más. En esa época las cintas para grabar eran difíciles de conseguir. No sé por qué pepinos, habían prohibido la importación de cintas. Entonces el material se reutilizaba, las cintas se borraban y se regrababan. Salvo las cosas importantes, que se guardaban. Y un insensato, por esas cosas de no fijarse, dijo ¡Plum! ¡Y lo borró! Borró el último capítulo de El fantasma de la Opera. Yo menos mal que no lo vi, si no, no sé qué le hubiera hecho. Vinieron del canal a tranquilizarme y decirme que lo podíamos hacer de nuevo. ¿Hacerlo de nuevo? Ya no estaban los decorados, ni los elementos, era imposible. Y después vino la gran tragedia, cuando al darse la orden de borrar el resto del programa, porque incompleto era inútil, apareció a los veinte días ese final».
            Gillespi explica que, al igual que superastros del terror hollywoodense como Boris Karloff o Vincent Price, «es como que renegaba un poco del género, decía que había hecho los clásicos y que era un actor completo, pero luego hablando con los actores que trabajaron con él empezamos a entrever un Narciso que disfrutaba asustando, incluso en cosas relativas a la vida doméstica».
            En el libro hay entrevistas muy esclarecedoras a elencos y técnicos que trabajaron con «El Maestro» (así suelen referirse a Narciso sus colaboradores, lo que nos vuelve a ejemplificar ese aire místico que surgía del trato con él), pero también hay algunas ausencias notables: los autores no pudieron llegar hasta Alejandro Romay, el Zar de Canal 9, mientras que Chicho Ibáñez Serrador (el hijo de Narciso) sólo mantuvo contacto por mail con Gillespi, dado que en el momento en el que trabajaban en el libro, posterior a la muerte del actor, no se sentía muy bien como para hablar de su padre.
            Para los autores, el impacto de joyas como El hombre que volvió de la muerte no se puede comparar con nada que se haya visto en la televisión, ni antes ni después, no sólo por la tensión que generaba de un episodio a otro, sino por lo fuerte de las imágenes que Narciso se animaba a mostrar.
            A la desidia mostrada en la conservación de El Fantasma de la Opera -único programa que se grabó en el teatro Colón y del que sólo se conservan un par de fotos capturadas por un fan, y la música compuesta por Mito García-, hay que sumarle lo que ocurrió con los demás trabajos de Narciso. De El muñeco maldito (1962) no se conocen rastros, sólo un par de fotogramas. El clásico El hombre que volvió de la muerte (1969) (en donde hubo una escena con un cadáver real) se repuso en 1972 en el mismo Canal 9 y la repitió el 2 (hoy América) en el ‘76: ésa fue la última vez que se vio. Luego desapareció el tape, y lo único que se conserva es el audio del último programa, grabado directamente de la televisión por un coleccionista.
            Otra pérdida del Canal 9 son los tapes de «Los unitarios de Alta comedia» (1971) donde Ibáñez Menta se puso a hacer a los clásicos para despegarse de su imagen de figura del terror. Uno de esos unitarios fue El tobogán, de Jacobo Langsner, que es una primera versión de Esperando la carroza. Lo dirigió Alejandro Doria; actuaron China Zorrilla y Pepe Soriano, entre otros, y Narciso hacía el papel que luego interpretaría Gasalla, pero que en ese entonces era masculino.
            Igual suerte corrieron El monstruo no ha muerto y Otra vez Drácula, ambos de 1970. En el primero, Narciso jugó con la idea de que Hitler estaba vivo y había dos detectives que investigaban e iban por los pueblos buscándolo. El programa se perdió completo por la falta de cuidado tradicional que caracterizó al 9 (que se inundaba a menudo porque estaba construido sobre un arroyo y sus napas se desbordaban. Los militares completaron su depredación durante la dictadura). Sólo se conservan unos pocos segundos que un coleccionista rescató de un tacho de basura.
            Así, nuestra pantalla chica carga con una pena enorme: la de que nuestros canales, por los motivos que fuesen, no hayan sabido guardar el material de hitos de culto catódico como El fantasma de la Opera o ese El hombre que volvió de la muerte. Esta ausencia es la que tal vez ya nadie pueda suplir, la que ningún libro podrá narrar a conciencia, y que por lo tanto «El artesano del miedo» sólo puede contar parcialmente.
            Algo es algo.